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El Valencia, finalista contra viento y marea

Mestalla ruge como en las grandes noches y recordará este Jueves Santo porque ha vuelto a ver un Valencia orgulloso, que tumbó al Barcelona (3-2). Baraja y Mata golpearon en la primera parte; Henry, en la segunda, puso la duda y metió miedo; Mata volvió a marcar, y Eto'o nos dio un final de infarto.





El Valencia, como un barco a la deriva, vuelve a sacar petróleo en aguas turbulentas, donde se mueve como pez en el agua: Cuanto más azota el viento, cuando llega la Tramuntanada, resurge su mejor versión. La temporada más esperpéntica que se recuerda en la casa ché, con dimisiones, destituciones, compra y venta de estadio, problemas con la prensa, jaranas entre directivos, jugadores apartados, olvidados y demás, acaba con los del Turia en la final de la Copa del Rey.

Ironías del futbol, un equipo sin capitán de barco, ni dentro ni fuera, que juega por inercia, pero que tiene calidad y se sabe grande de España, ha sabido desquiciar al Barcelona y jugarle de tú a tú a un equipo nacido para reinar, una estrella que se estrella, el Barça. Los azulgrana se achicaron en Mestalla y despertaron al mejor Valencia, al que ganó su última Copa del Rey en 1999.

Empezó el partido con Mestalla engalanada para la ocasión. Ni fallas, ni paellas, ni Copa América, ni circuito de Fórmula Uno... nada ruge en Valencia como Mestalla, y así lo hizo Baraja cuando, superado el cuarto de hora, soltó un zurdazo para sorprender a Valdés desde fuera del área y hacer explotar a la grada. Se adelantaba el Valencia.

Mestalla vivía un ambiente de grandes partidos, típico de Copa, con dos equipos que no daban tregua: Un Valencia junto y buscando su oportunidad a la contra y un Barcelona, que tenía la posesión del balón y llegaba con cierto peligro. Sin embargo, fue el Valencia el que sacó fruto de su estrategia y, al filo del descanso, en una rápida contra, el balón quedó dentro del área para que Villa, habilitara a Mata, que marcó la senda del triunfo para los valencianistas.

Tras el descanso, se sucedieron 20 minutos de nada hasta que Frank Rjikaard movió ficha y dio entrada a Therry Henry por Touré Yayá en busca de mayor mordiente ofensiva. El Barcelona estaba fuera de la final y el holandés se la jugaba. No le quedaba otra. El cronómetro corría en su contra del Barcelona cuando Henry aprovechó un centro de Sylvinho para acortar diferencias de cabeza con un tiro ajustado al palo que hizo inútil la estirada de Hildebrand. Solo le duró treinta segundos la alegría a los culés, puesto que en la siguiente jugada, Silva recortó a su par y dejó un centro medido para que Mata en el segundo palo colocara el 3-1. Rugía Mestalla como nunca...

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